Isabelle Garo.

28 de noviembre 2018.

La cuestión europea ha relanzado, en el seno de la izquierda radical, los debates sobre el internacionalismo. Se ha afirmado progresivamente en su seno la necesidad de repensar un internacionalismo concreto, rechazando la alternativa ruinosa entre el nacionalismo racista defendido por la extrema derecha y el internacionalismo del capital encarnado por la Unión Europea, pero renunciando igualmente a las facilidades de un internacionalismo abstracto.

Éste postula en particular que, debido precisamente a la internacionalización del capitalismo, quedarían resueltas las cuestiones estratégicas de la articulación de los espacios —locales, nacionales e internacionales— en la definición de un proyecto de ruptura anticapitalista, y de la pertenencia nacional del proletariado. Esta última cuestión se intenta abordar en este texto interrogando al concepto de “pueblo” en Marx y las tomas de posición de este último sobre los movimientos de liberación nacional.

La cuestión del pueblo en Marx es una cuestión compleja, a pesar de las tesis rotundas que con frecuencia se le adjudican sobre este tema. En un primer momento, en efecto, se tiene tendencia a pensar que Marx construye la categoría política de proletariado precisamente contra la noción clásica de pueblo, demasiado global y sobre todo demasiado homogeneizadora, que borra los conflictos de clase. En este sentido, la noción de pueblo sería ilusoria, incluso peligrosamente ilusionante cuando es políticamente instrumentalizada.

Sin embargo, si Marx desconfía claramente de toda concepción orgánica del pueblo, retoma el término en varias ocasiones y, en particular, para pensar las luchas nacionales de su tiempo, cuando éstas intentan conquistar la independencia contra las potencias colonizadoras. Lo utiliza igualmente para designar las especificidades nacionales, que caracterizan las relaciones de fuerzas sociales y políticas siempre singulares y que, en su opinión, hay que seguir analizando en tal marco nacional. En fin, el término de pueblo designa un cierto tipo de alianza de clases en el marco de conflictos sociales y políticos de gran amplitud.

En estos tres usos, el término de “pueblo” no es jamás liberado por Marx de toda diferenciación social, muy al contrario. Hay que recordar que en él está directamente heredado de la Revolución francesa y de las obras políticas que la enmarcan, desde Rousseau hasta Babeuf y Buonarroti: según esta tradición, el término de “pueblo” designa a los grupos sociales opuestos a la aristocracia, y no es el sustantivo indeferenciado que usos posteriores valorizarán.

Quisiera abordar aquí sucesivamente estos diferentes usos marxianos, confrontándolos a la cuestión del proletariado, que Marx elabora paralelamente. En el curso de esta elaboración, y sobre todo a partir de finales de los años 1850, Marx va a interesarse de forma precisa por las luchas de emancipación y por la colonización, en India y China, implicándose activamente, de forma particular, en el apoyo a Irlanda y a Polonia.

I. Pueblo y proletariado, ¿conceptos antagonistas?

Hay que recordar que la aparición de la noción de proletariado es antigua. Desde su origen, designa no al pueblo sino a una fracción del pueblo, fracción caracterizada por su situación social. Esta situación puede ser definida de dos formas distintas: o bien como desenlace y pobreza, o bien como situación de explotación y de dominación, si se analiza un modo de producción y por tanto una función social activa, no solo un estatus económico subalterno. Se puede decir, esquemáticamente, que con Marx el término va a transitar irreversiblemente de su primero hacia su segundo sentido.

Retomemos rápidamente esta historia: en el derecho romano, los proletarios, del latín proles, “linaje”, constituyen la última clase de los ciudadanos, desprovistos de toda propiedad y considerados como útiles solo por su descendencia. Por esta razón estarán exentos de impuestos. Recuperado en el medio francés, el término conoce un fuerte aumento de interés en el siglo XIX cuando se desarrolla la crítica social, política y económica del naciente mundo industrial.

En este contexto, el sustantivo “proletariado” aparece en 1832 para designar al conjunto de los trabajadores pobres, cuya miseria es percibida como el resultado del egoísmo de las clases dirigentes. Es la tesis defendida por el primero en utilizarla, Antoine Vidal, en el primer diario obrero de Francia, echo de la fabrique (Guilhaumou, 2008), que inventa el término en 1832 en referencia directa a la revuelta de los canuts (tejedores de seda) de Lyon de 1831. Para Vidal, la “clase proletaria” es a la vez la más útil a la sociedad y la más despreciada. Es llamativo que reivindique consiguientemente que sea ésta “algo”, retomando así las palabras y la temática de Sieyès, en Qu’est-ce que le Tiers-Etat? (1789), a la vez que dibuja las fronteras sociales de una clase popular que no coincide ya con los contornos jurídicos del tercer estado del Antiguo Régimen.

En un segundo tiempo, el término se encuentra traspuesto al alemán en 1842 por el economista Lorenz von Stein, que estudia las corrientes socialistas, en particular francesas, aun siendo hostil al comunismo. Luego es retomado por el joven hegeliano Moses Hess, entonces cercano a Engels y Marx. Los tres reivindicaban su adhesión al comunismo. Se le encuentra desde 1843 bajo la pluma de Marx, en quien adquiere un sentido nuevo y una importancia teórica central. Su redefinición marxiana se elabora en tres etapas.

1/ En primer lugar, el término aparece a finales de 1843, al final de la crítica emprendida por el joven Marx sobre la filosofía hegeliana del derecho. En el prefacio que redacta para el manuscrito de Kreuznach, que emprende la crítica de la concepción hegeliana del Estado, designa al sujeto social al fin identificado de la emancipación general de la sociedad civil moderna. El proletariado, porque es la clase que “sufre la injusticia a secas”, no puede tener por objetivo más que “una reconquista total del hombre” (Marx, 1843 [1975]: p. 211).

2/ En La Ideología Alemana (1845) y luego en el Manifiesto del Partido Comunista(1848), Marx y Engels afirman el papel histórico motor de la lucha de clases y definen el antagonismo moderno que opone al proletariado y la burguesía. Precisan así un análisis emprendido primero por Engels en su estudio sobre La situación de la clase obrera en Inglaterra. El proletariado se define por su lugar en el seno de un modo de producción y de las relaciones sociales que le corresponden. Es a la vez la clase que produce las riquezas sin poseer medios de producción y la que está llamada, por eso mismo, a la transformación radical del capitalismo.

3/ En fin, en El Capital y en el amplio conjunto de sus manuscritos preparatorios, el descubrimiento de la plusvalía y de su origen, la fracción de tiempo de trabajo no pagada que se apropia el capitalista, permite a Marx precisar esta noción y exponer su dimensión dialéctica. El proletariado no es ante todo pobre, está desposeído de la riqueza social que crea. Como resultado, su unidad y su identidad de clase se constituyen en contradicción con el carácter privado de la apropiación burguesa y tienen por objetivo el comunismo. Pero, por otro lado, el proletariado sufre también una competencia viva entre sus miembros, competencia mantenida por la clase capitalista y que obstaculiza poderosamente su toma de conciencia unitaria y su papel revolucionario.

El proletariado en el sentido marxiano es una noción que se pretende socialmente descriptiva pero que presenta siempre al mismo tiempo una dimensión política y filosófica constitutiva. Quisiera insistir principalmente en el primer momento de esta construcción.

En efecto, desde la Introducción a la Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, redactada a partir de finales de 1843, Marx desarrolla su tesis concerniente al papel histórico del proletariado moderno, y más particularmente del proletariado alemán. Ahora bien, lejos de proponer sustituir el pueblo por el proletariado, se encuentra precisamente allí la puesta en relación dialéctica de las nociones de proletariado y de pueblo. De una parte, Marx distingue dos historias nacionales y dos escenarios de emancipación: “hemos compartido, en efecto, las restauraciones de los pueblos modernos (die modernen Wölker) sin compartir sus revoluciones. Hemos conocido restauraciones, en primer lugar, porque otros pueblos han osado hacer una revolución, y en segundo lugar porque otros pueblos han sufrido una contrarrevolución” (Marx, 1843 [1975]: p. 199).

Aquí, las nociones de pueblo y de revolución (o de contrarrevoluciones) se hacen inmediatamente eco. Hay culturas políticas populares, y esas culturas políticas conducen a determinarse a favor o en contra de la revolución, teniendo esta última ante todo por modelo la “gran” revolución antifeudal francesa. En relación con este horizonte, que liga pueblo y revolución antifeudal como entidades políticas asociadas, indisociables incluso, Marx va a utilizar la noción de proletariado para ligarla a un nuevo tipo de revolución, más avanzada, que se puede calificar de anticapitalista o de comunista, radicalizando la revolución precedente. Resulta de lo anterior, por una parte, que las luchas alemanas, por atrasadas que estén, presentan sin embargo un alcance universal, al igual que en su tiempo la Revolución francesa.

Se encontrará posteriormente, mucho más desarrollada, la idea de que las luchas emancipatorias de un pueblo importan a la suerte de todos los demás. Desde este punto de vista, la solidaridad con los pueblos oprimidos es bastante más que filantropía. Por decirlo de otra manera, no es solo de naturaleza moral, es de orden fundamentalmente político: “E incluso para los pueblos modernos, esta lucha contra el contenido limitado del statu quo alemán no puede estar privada de interés, pues el statu quo alemán es la realización confesa del antiguo régimen y el antiguo régimen es el defecto oculto del Estado moderno” (Marx, 1843 [1975]: p. 201).

Así, la noción de “pueblo” conserva su validez, a pesar de sus límites, debido al mantenimiento del Antiguo Régimen, incluso en el seno de las naciones que han realizado su revolución antifeudal. En otros términos, esta revolución parcial e inacabada se hace matriz de revoluciones más radicales, de la misma forma que los pueblos se determinan como clases populares ellas mismas más o menos radicales, siendo el proletariado el nombre de esta radicalización popular, a la vez social y política.

Es en este punto en el que se encuentra una definición del proletariado muy original: a la vez fracción del pueblo, representa al pueblo entero y tendencialmente a la misma humanidad, debido a la condición que sufre al mismo tiempo que a las exigencias políticas y sociales de la que es portadora. Lejos de proponer una secesión social, que aislaría al proletariado de las demás componentes y haría de él una vanguardia social y política, es claramente como representante universal, representante de hecho del sufrimiento, de la explotación y de la voluntad de emancipación, como el proletariado adopta sus contornos y se singulariza, como clase ofensiva, apta para organizarse políticamente.

Pero inmediatamente hay que precisar que en virtud de esta dimensión universal la revolución que viene no es, no será una simple revolución política. “¿Dónde reside la posibilidad positiva de la emancipación alemana?”, se pregunta Marx. Y responde:

En la formación de una clase radicalmente esclavizada, de una clase de la sociedad civil que no sea una clase de la sociedad civil, de un estado social que sea la disolución de todos los estados sociales, de una esfera que posea un carácter de universalidad por la universalidad de sus sufrimientos (…), que no pueda ya apelar a un título histórico sino solo al título humano (…), de una esfera en fin que no pueda emanciparse sin emanciparse de todas las demás esferas de la sociedad y sin emancipar por ello a las demás esferas de la sociedad, que sea, en una palabra, la pérdida total del hombre y no pueda por tanto reconquistarse sin una reconquista total del hombre. Esta disolución de la sociedad realizada en un estado social particular, es el proletariado (Marx, 1843 [1975]: p. 211).

Marx no cambiará jamás de opinión en cuanto al carácter humano, es decir universalmente humanizante, de la emancipación social. En cambio, tras haber entrado en lo que llama el “laboratorio de la producción”, es decir, tras haber emprendido la crítica de le economía política, desarrollará una concepción más compleja y menos optimista del proletariado como clase ofensiva, dejando cada vez más lugar a las contradicciones que le dividen consigo mismo. La competencia obrera está a la vez inscrita en las relaciones de producción capitalistas y sistemáticamente instrumentalizada por la burguesía, en particular por su fracción industrial. Pero insistirá igualmente en la emergencia, en el marco de la gran industria naciente, del trabajador polivalente, portador de una cultura y de facultades humanas desarrolladas, lejos de todo miserabilismo y de toda “victimización”. En fin, dejará lugar a la complejidad del proceso político que debe llegar a la abolición de la apropiación privada de las riquezas socialmente producidas, al comunismo por tanto.

En cualquier caso, la concepción de la relación entre proletariado y pueblo se revela desde el comienzo contradictoria, o más exactamente: eminentemente dialéctica, lo que es bastante diferente. Pues Marx, ya trate de política o de economía, no deja de ser filósofo. Aquí, la singularidad es el lugar en que emerge lo universal, no el lugar de formación de una identidad separada y cerrada sobre sí misma. Lo mismo ocurrirá con las nacionalidades: división de la humanidad en entidades políticas jamás completamente aisladas, las naciones son en ciertos casos y en ciertos momentos portadoras de una historia emancipatoria que les hace universales.

II. Pueblos en lucha y liberaciones nacionales

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Así, paralelamente a la especificación social y política de las clases en el marco del modo de producción capitalista, la noción de pueblo sigue siendo sin embargo utilizada por Marx para pensar realidades nacionales diversas, irreductibles, en las que se especifican singularmente las relaciones de clase. Sobre este punto, también, se atribuye a Marx a menudo una subestimación profunda de la cuestión de las nacionalidades y de las diferencias nacionales, para poder pensar un proletariado de entrada mundializado, formado de obreros que “no tienen patria”, como proclama el Manifiesto del partido comunista (Marx y Engels, 1848 [1986]: p. 83) en 1848, en vísperas de la “primavera de los pueblos” y cuando se despiertan las conciencias nacionales. En esto, también, el análisis marxiano es bastante más complejo de lo que se dice habitualmente.

De una parte, Marx y Engels reconocen, desde esa época, esta dimensión nacional, constitutiva de la construcción de movimientos obreros distintos, dependiendo de un grado de desarrollo económico y social dado, dependiendo igualmente de un nivel de cultura política determinado: “aunque no sea, en cuanto al fondo, una lucha nacional, la lucha del proletariado contra la burguesía reviste al principio su forma. El proletariado de cada país debe, por supuesto, acabar ante todo con su propia burguesía” (Marx y Engels, 1848 [1986]: p. 72).

Aquí, la idea de nación tiende a reemplazar la idea anterior de pueblo, definido por su antagonismo con la aristocracia. La nación es el marco de una relación social que enfrenta a todas las clases, sean dominantes o dominadas. Pero el análisis se sitúa igualmente a otro nivel: se detiene en la capacidad de uniformización del mercado mundial por un lado, que entra en contradicción, por el otro, con el mantenimiento, incluso el refuerzo, de las especificidades nacionales. Así, Marx y Engels continúan durante un tiempo pensando que es la revolución alemana, primero antifeudal o burguesa, la que “no podrá ser más que el preludio de una revolución proletaria” (Marx y Engels, 1848 [1986]: p. 106). Este escenario será profundamente conmocionado posteriormente, y en varias ocasiones.

Si la dimensión nacional es claramente tomada en consideración, Marx y Engels afirman al mismo tiempo la fuerza de expansión mundial del capitalismo, fuerza estimada primero socialmente homogeneizante, tesis que Marx corregirá posteriormente. Se puede suponer que en un texto que tiene vocación de manifiesto político se dediquen en primer lugar a hacer valer una perspectiva que se calificará más tarde de “internacionalista”, de la misma amplitud que el mercado mundial en vías de formación, pero portadora de perspectivas completamente diferentes. De hecho, el texto que prolonga la célebre afirmación de que “los obreros no tienen patria” añade: “como el proletariado debe en primer lugar conquistar el poder político, erigirse en clase nacional, constituirse él mismo en nación, es aún por eso nacional, aunque en ninguna forma en el sentido en que lo entiende la burguesía” (Marx y Engels, 1848 [1986]: p. 83). Se puede añadir, evidentemente: en ninguna forma en el sentido en que los nacionalismos chauvinistas lo entenderán posteriormente.

Marx y Engels continúan: “las demarcaciones nacionales y las oposiciones entre los pueblos desaparecen cada vez más con el desarrollo de la burguesía, la libertad de comercio, el mercado mundial, la uniformidad de la producción industrial y las condiciones de existencia que le corresponden. El proletariado en el poder las hará desaparecer”. Y algunas líneas más adelante se lee: “el día en que caiga la oposición de las clases en el interior de la nación caerá igualmente la hostilidad de las naciones entre sí” (Marx y Engels, 1848 [1986]: p. 83).

Internacionales, pero solo por anticipación; las luchas de los proletariados nacionales tienen claramente la nación como marco pero no como objetivo.

¿Es aún el proletariado aquí, al menos durante un tiempo, la figura del pueblo, o más exactamente, su reconfiguración social y política? Sí y no. No, si se tiene en cuenta el argumentario que acabo de precisar. Sí, sin embargo, en el marco de luchas nacionales que tienen por objetivo la emancipación. En este caso aparece un paralelismo entre la lucha del proletariado, en un marco nacional cualquiera, y la lucha de ciertos pueblos, a los que la opresión sufrida confiere un papel histórico mayor y, una vez más, un alcance universal.

La palabra “pueblo” ve entonces coincidir sus dos sentidos, fundidos en una nueva definición. El pueblo es a la vez una entidad política delimitada nacionalmente, pero es también la entidad social que lucha con y contra otras, en el plano internacional: digamos que el alcance descriptivo o analítico del término encuentra de nuevo su dimensión política, abierta a las radicalizaciones que Marx desea. Si el término “pueblo” no se convierte, sin embargo, en ocasión de una teorización separada, no desaparece del vocabulario marxiano porque solo él permite comprender los movimientos de independencia nacional en tanto que luchas también portadoras de universalidad, y esto más allá incluso de su componente proletaria. Este es por supuesto el caso cuando se producen las luchas campesinas contra una potencia colonial.

Esta recuperación abre una reflexión nueva y completamente esencial sobre las perspectivas de revolución comunista. Pues, a partir de ahí, Marx va a orientarse hacia escenarios que escapan a toda concepción lineal y no hacen de la constitución de un proletariado nacional la condición sine qua non de la emancipación. Dicho de otra forma, llega a pensar que es posible acceder al comunismo sin pasar necesariamente por la vía capitalista. Y la noción de pueblo es finalmente y de nuevo la más utilizable para pensar estos procesos diferenciados.

En efecto, Marx va a abandonar durante los años 1850 la tesis del alcance civilizador de la colonización, de la que se encuentran a veces huellas en sus textos anteriores. A la luz en particular de las situaciones india y china, que estudia entonces, juzga que la peor barbarie se encuentra en realidad del lado de los colonos británicos. Paralelamente, se interesa y toma partido a favor de Polonia e Irlanda, a favor de los antiesclavistas americanos, antes de emprender sus análisis sobre Rusia.

El caso de Irlanda es particularmente interesante, en lo que concierne a la relación entre pueblo, clase obrera y nación tal como Marx se esfuerza por concebir, modificando con el paso del tiempo sus concepciones iniciales. Me apoyo aquí en la notable obra de Kevin AndersonMarx at the Margins (2010). En sus artículos y sus declaraciones de aquella época sobre Irlanda, Marx combina las cuestiones de clase, de identidad étnica y de realidades nacionales, ya abordadas precedentemente.

En Irlanda, el proletariado se presenta como fracción del proletariado británico, fracción sobreexplotada y dominada. Al mismo tiempo, Irlanda se presenta como colonia británica, que lucha por su independencia nacional. Frente a esta situación compleja, por una parte, Marx y Engels aconsejan a los revolucionarios irlandeses dar toda su importancia a la cuestión de las clases y les reprochan la utilización de la violencia tanto como la fijación religiosa identitaria.

Por otra parte, Marx llega poco a poco a considerar que el movimiento irlandés es el punto de apoyo de las luchas obreras inglesas, y no a la inversa. En una carta a Engels del 10 de diciembre de 1869, escribe:

durante mucho tiempo he pensado que era posible derrocar el régimen actual de Irlanda gracias al ascenso de la clase obrera inglesa (…) Sin embargo, un análisis más en profundidad me ha convencido de lo contrario. La clase obrera inglesa no hará jamás nada mientras no se libre de Irlanda. Es en Irlanda donde hay que poner la palanca. Por eso la cuestión irlandesa es tan importante para el movimiento social en general (Marx y Engels, 1984: p. 232).

Presente igualmente en el suelo inglés, la clase obrera irlandesa es motivo de disensiones internas en el movimiento obrero, que paralizan a este último y que son deliberadamente mantenidas por la patronal inglesa, siguiendo el modelo del racismo y del esclavismo norteamericano. En este punto, Marx concede una conciencia muy superior a la clase capitalista, mientras que la clase obrera, ya sea irlandesa o inglesa, no logra superar su antagonismo, con la lucha de razas y la xenofobia tomando preeminencia sobre las luchas de clase, que deberían lógicamente federar a proletariado británico y subproletariado irlandés.

Para concluir sobre el considerable alcance político de estas reflexiones, me parecen importantes dos puntualizaciones:

La primera se refiere al famoso debate que opondrá a Marx y Bakunin en el seno de la I Internacional. Se conoce la acusación de autoritarismo y de estatalismo dirigida por Bakunin a Marx. Se sabe menos que esta oposición se refiere también a la situación en Irlanda. Pura distracción, para los bakuninistas, la causa irlandesa hace daño, en su opinión, a la causa revolucionaria. Para Marx, es una componente de ella, al contribuir la emancipación de los pueblos oprimidos a la emancipación obrera, y más en general a la emancipación humana.

La segunda se refiere a a especificidad de la sociedad irlandesa: Irlanda es ante todo una colonia agrícola de Inglaterra, lo que incita a los independentistas a hacer de la insurrección campesina el punto de partida de la revolución nacional. El pueblo irlandés lucha ante todo contra la oligarquía inglesa de la tierra. Marx da entonces a la cuestión de la propiedad de la tierra un papel político clave, como punto de partida de una revolución social en la propia Inglaterra.

Esto plantea a la vez el problema de las alianzas de clase, en particular el de la alianza de la clase obrera y el campesinado, muy lejos de la idea de que el proletariado sería él solo la clase destinada a dirigir la historia y a dirigir las revoluciones. Por otra parte, este análisis se inscribe en la reflexión cada vez más afinada de Marx sobre vías de desarrollo no capitalistas. En estos casos, que conciernen a muchas sociedades en el mundo, que analiza con más o menos precisión (China, India, Rusia, México, Perú, Argelia, etcétera), la revolución comunista no tiene como previo la industrialización capitalista y la formación de una clase obrera.

Desaparece entonces toda concepción lineal de la historia, y la sucesión obligada de los modos de producción cede su lugar a una atención sobre formas de propiedad tradicionales, comunales. Para Marx, estas formas persistentes podrían proporcionar el punto de partida concreto de una reorganización económica y social igualitaria, ahorrándose el paso de ciertos pueblos por el capitalismo y los sufrimientos que este conlleva.

Conclusión

Como se ve, la figura del proletariado es compleja. Para entenderla, hay que tener en cuenta la especificidad de su formación nacional y por tanto ponerla obligatoriamente en relación con la idea de pueblo. Pero, según Marx, es preciso también, a medio plazo, apuntar a una emancipación que sepa superar las barreras nacionales y los antagonismos, sin unificar a pesar de ello las vías políticas, ni las culturas en el seno de un guión unitario, preescrito, de superación del capitalismo. La atención a la periferia no occidental del capitalismo, cuya importancia se revelará plenamente en el marco de las descolonizaciones del siglo XX, se encuentra ya en el propio Marx, que contempla que determinadas sociedades puedan pasar al comunismo sin pasar por el capitalismo, ahorrándose así su violencia social y su barbarie colonial.

En total, se puede concluir que el proletariado no es una categoría sociológica estable, aún menos el nombre de un sujeto unificado de la historia, sino una construcción dinámica, siempre definida por su antagonismo con ciertas clases y sus alianzas con otras clases sociales. Este antagonismo tanto como estas alianzas hay que concebirlas ante todo como construcciones políticas, según una perspectiva estratégica que a veces faltará al marxismo posterior, pero que será retomada por algunas de sus componentes.

Y debido a esta plasticidad de la noción, la categoría de pueblo se mantiene, con el objetivo de pensar el carácter siempre nacional de tal construcción. Sin embargo, el pueblo no es jamás tampoco una entidad sustanciada o fijada. Es, pues, claramente la dialéctica proletariado-pueblo, sometida al examen preciso de lo que es en cada situación histórica, lo que da sentido, es decir abre (o cierra) perspectivas políticas de emancipación que, por su parte, apuntan claramente, a fin de cuentas, a la humanidad entera.

 

*Isabelle Garo es filósofa. Ha publicado entre otras obras L’idéologie ou la pensée embarquée (La fabrique, 2009), Foucault, Deleuze, Althusser. La politique dans la philosophie (Demopolis, 2011) y Lʼor des images. Art Monnaie Capital (La ville brûle, 2013).

Bibliografía citada

Anderson, K. B. (2010) Marx at the Margins -On Nationalism, Ethnicity and Non-Western Societies. Chicago: The University of Chicago Press.

Guilhaumou, J. (2008) “De peuple à prolétaire(s): Antoine Vidal, porte-parole des ouvriers dans LʼEcho de la Fabrique en 1831-1832”, Semen, 25, pp. 101-115.

Marx, K. (1843 [1975]) Critique du droit politique hégélien, “Introduction à la Contribution à la critique de la philosophie du droit de Hegel”, trad. A. Baraquin, París, Editions sociales. Ver en castellano en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1844/intro-hegel.htm. Marx, y Engels, F. (1848 [1986]) Le manifeste du parti communiste, trad. G. Cornillet, París, Messidor/Editions sociales. En castellano: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm — (1984) Correspondance, vol. X, trad. G. Badia et J. Mortier, París, Editions sociales.

Fuente: https://kmarx.wordpress.com/